La nieve empezaba a derretirse, dejaba pequeños charcos de agua en el pasto y el pavimento de la cancha. Era realmente tranquilo, pensaba en la nieve compacta que se derretía poco a poco, eso me provocaba una pequeña sonrisa a pesar de que fingía tristeza pues mis gatos de nieve sufrían una lenta y dolorosa muerte.
Era una mañana de marzo de 2020, las noticias de un virus parecido al resfriado se esparcían por el país y el miedo cerraba puertas de casas y locales. La escuela no era una excepción, la cantidad de alumnos comenzaba a bajar, hijos de padres que le temían a un virus que podía ser mortal, y yo, que no quería perderme la sensación de serenidad de los pasillos vacíos, seguía asistiendo con mi madre maestra, para enterarme del chisme edición limitada, ver películas, comer donas y estrechar amistades con personas con las que no interactuaba normalmente.
El COVID-19 no representaba una amenaza para mí, era solo un resfriado agresivo capaz de darle un giro a la vida de las personas y, honestamente, creo que todos lo necesitábamos, sentirnos tan miserables como para querer ser mejores, quitar las maleza del camino, darnos cuenta de que no todos los que nos hablan van a estar ahí para nosotros y que no todos los que lo estarán van a hablarnos, reflexionar y pensar sobre nuestra persona, que un evento drástico nos cambiara la vida, aprender a valorar lo que tenemos y saber mostrarnos vulnerables para ser curados.
El "encierro" comenzaba poco después, me levantaba mucho después de las 6:00 am y eso era lo que más me gustaba, y, como era de esperarse, llegaba tarde a las "clases en línea". En ese tiempo dormía con mi madre, era un hábito más que nada, hacerle compañía era el objetivo, ella era quien me despertaba y por alguna razón siempre me asustaba y eso hacía que estuviera cansada todo el día. Para ser sincera, me gustaba la cuarentena, tiempo de sobra para hacer todo lo que me gustaba , dejar las tareas para después, sin ver el sol ni tener que socializar con nadie, era agradable.
La esperanza de que todo volvería a la normalidad seguía viva, esperando que todo saliera bien. Desafortunadamente, después de cuatro meses, nada había cambiado y las primeras señales de desesperación empezaban a notarse, personas que no soportaban estar dentro de casa, que estaban cansadas de la gente con la que vivían y sus días se volvieron una total tortura. Yo no lo entendía, a mí me encantaba estar encerrada, con tantos 'hobbies' que tengo me parecía una gran oportunidad para retomarlos y pasar tiempo con mi persona. De todos modos eso no fue lo que pasó, pero no me quejo, también me resultaba agradable pasar el rato con mi familia.
La cantidad de contagios crecía y los hospitales estaban repletos de pacientes que dejaban ir su último aliento, los médicos hacían lo que podían para conservarlos con vida pero no había mucho que se pudiera hacer mas que esperar, esperar que no dejaran de luchar, esperar que no dejaran de respirar una noche y jamás se levantaran de nuevo...
Mi tía y su esposo son médicos y nos contaban a la familia lo que sucedía, si esto iba para largo o cómo no tenían más espacio para admitir a más enfermos. A veces solo quería que ya no dijeran nada, que no nos contaran qué tan mal iban las cosas, ver a mi madre tan ansiosa y asustada no era lo mejor del mundo, tenía miedo de contagiarse y con su débil sistema respiratorio seguramente no lo lograría, tenía miedo de dejarnos solos y pienso que le molestaba mi falta de preocupación, la manera en que yo sonreía cuando ella lloraba, no podía evitarlo, las personas con miedos y esperanzas me ponían de buenas, no tenía razones para dejar de sonreír.
En julio fue el cumpleaños de Martín y, como siempre, tuve que desvelarme para acabar el regalo, no mucho porque dormir es importante pero lo suficiente como para terminarlo y que se viera bien. La peor parte de hacer regalos era cuando mi madre se estresaba porque no los acababa rápido y los dejaba para después, siempre terminaba llorando y era realmente deprimente, me escondía para abrir heridas viejas que nunca sanaron bien. La verdad me lo merecía, ¿Quién me mandaba ser tan floja? Sin mi mamá no entregaría los regalos a tiempo y sin su apoyo no tendría regalos para dar. A veces solo necesito a una persona nerviosa que me haga llorar para ponerme las pilas.
En ese mismo mes era el cumpleaños de mi madre, esos eran los regalos más difíciles de hacer, sin alguien que me llevara a comprar lo que necesito. Pedirle ayuda a mi padre era todo un rollo y siempre terminaba siendo un desastre. El regalo de este año era más importante que los años pasados, necesitaba hacerle saber que estábamos juntos en eso, que la cuarentena no era el fin del mundo. ¿Tuve éxito? No lo sé, pero el ver que seguimos aquí me hace pensar que sí.
Luego venía agosto y con él el cumpleaños de Diego y la pequeña reunión afuera de su casa. Diego siempre me cayó bien, su manera relajada en la que se expresaba, sus chistes extraños y cómo siempre estaba buscando hacer a los demás felices, lo que me hace pensar que él sabía lo que era sentirse triste, verdaderamente triste, y no quería que los demás pasaran por ello, es una sensación realmente horrible. Tal vez no somos tan diferentes.
Diego se convirtió en alguien realmente importante para mí, no solo era parte de mi grupo de amigos, era distinto con él, simplemente era agradable estar a su lado y aunque las demás personas no me quieran, no importa, porque lo tengo a él, es esa clase de persona que me hace querer llorar cada vez que pienso en él. El mundo parece un mejor lugar cuando estoy a su lado.
Empezaba a escuchar a mi madre utilizar la palabra "semáforo" con mucha regularidad, una manera de hacer saber a las personas si podían salir o no. Escuchaba cómo se frustraba cuando la "luz" era roja, era desagradable porque incluso si la luz era verde era muy improbable que saliéramos. Verla tan pendiente de las noticias me molestaba porque luego no había manera de calmarla y me agotaba demasiado. Le decía constantemente que dejara de buscar malas noticias, le recordaba que no era tan malo como parecía y la convencía de que esto no sería eterno. Funcionaba, pero no por mucho tiempo.
Después comenzó el ciclo escolar, con mayor preparación para enfrentar los problemas de distancia, cuidando el área socioemocional de los estudiantes. De igual manera, fue algo difícil para la mayoría, estrés, frustración, enfermedad, los problemas se apilaban y el rendimiento académico bajaba, no demasiado pero lo suficiente como para notarlo. A mí me parecía bastante absurdo, ¿por qué sería la educación a distancia más complicada? Era muy parecida a la presencial pero con más libertades, se ajustaba perfectamente a mi persona y no me importaba no ver a mis compañeros o mis amigos, siempre me hacían sentir sola, definitivamente no extrañaba eso.
Los meses de otoño pasaron en lo que el sol se levanta, con algunos cumpleaños en medio, con la esperanza de poder juntarnos para navidad y que por lo menos una noche todo estuviera bien. Claramente no sucedió así pero no fue algo malo, solo distinto.
Con anticipación empezaba a hacer regalos para mis amigos pero no era navidad si no me atrasaba y lo hacía todo a última hora. Quedamos que nos veríamos a las 6:00 pm pero llegamos una hora después y ya estaba oscuro, eso no nos impedía disfrutar nuestro intercambio de regalos, desear una feliz navidad y conversar un poco.
Estar en casa se volvía cansado y con el año nuevo empezaban las promesas de enderezar las cosas, levantarse temprano, dormir lo suficiente, escribir, dibujar, pero conforme pasaban los días me decía que no era necesario hacer todo eso, solo tenía que tomármelo con calma y hacer lo que se presentara, pasar el rato con mis padres y hacer algo mientras. Entonces empecé a tejer, tenía tiempo sin hacerlo y ahora era todo lo que hacía, cada que tenía tiempo. Fue cuando noté las señales, falta de motivación, cansancio, dormir en exceso, no hice nada al respecto pero tal vez debí hacerlo.
Como siempre, terminé tarde mi proyecto de tejido, era un regalo para alguien muy especial y necesité un poco de ayuda. Al principio no quería aceptarla, quería que fuera enteramente obra mía pero no tuve otra opción.
De nuevo era marzo, había pasado ya un año, era acertado decir que nadie era el mismo de antes, algunos nos dimos cuenta de quiénes nos quieren de verdad, otros tuvimos que decir el adiós más difícil de nuestra vida, aprendimos a valorar las cosas más pequeñas y no darlas por hecho, presenciamos peleas intrafamiliares, nos rompimos muchas veces, lloramos muchas más y nos vimos forzados a lidiar con la soledad. En cuanto a mí, las cosas no iban mal, pero tampoco iban bien, solo iban.
Y como agua en el desierto llegó el día 23, uno de mis días favoritos del año: el cumpleaños de Victoria, mi mejor amiga. Le tenía preparada una sorpresa, y me arrepiento tanto de no dársela al principio del día, como suelo hacer con todos los demás. Después de eso me encargué de que no se volviera a sentir triste por el resto del día. Diego, Martín y Emilio nos acompañaron a celebrar su cumpleaños y mi madre nos llevó a comer helado. El día terminó en el parque donde viven los chicos, con un vals bajo la luz de la luna, nadie sabíamos bailar pero las risas no faltaron.
Algunos días después fue la fiesta que ya tenían planeada, algo no muy grande pero bastante bonito. No hablamos tanto ese día pero era agradable verla sonreír, me hacía tan feliz. Cuando estaba por concluir el día llegó mi madre con mi hermano mayor, traían el regalo al que le invertí más de dos meses, y cuando vi su reacción, su emoción y la felicidad líquida en sus ojos me di cuenta que todo había valido la pena, el cansancio, las ampollas en mis dedos, el gran esfuerzo que hacía por mantenerme motivada, lo valía. Tenía tantas ganas de llorar y desearía poder hacerla así de feliz cada día de su vida.
Luego vino abril y el cumpleaños de Emilio, con una reunión en su casa. Recuerdo haber hecho varias cosas esa semana y cuando llegó su cumpleaños estaba tan cansada que apenas podía vivir. Esa clase de reuniones son las que más sola me hacen sentir y probablemente es mi culpa, es un sentimiento tan profundo que no me puedo deshacer de él, no puedo quitarme esas ganas de llorar, de desaparecer un día y que nadie jamás me encuentre.
Lo que hizo ese día más tolerable fue la presencia de Dante, su risa contagiosa y su habilidad para mantener una conversación, tenía tantas ganas de simplemente ir a otro lado para escucharlo hablar por horas, para ver sus manos moverse mientras explica una teoría extraña de alguna película de la que nunca había escuchado, quería huir con todas mis fuerzas y esconderme entre las palabras que brotaban de su boca con tanta fluidez. Terminamos jugando ajedrez él y yo mientras jugábamos un muy raro videojuego simultáneamente, fue reconfortante, tenía tiempo sin tocar un tablero como ese y el camino se formaba tan perfectamente en mi cabeza como si nunca hubiera hecho nada más.
Estoy tan agradecida con Dante por darme paz en ese día tormentoso y tal vez no fue algo muy relevante para él, pero era todo lo que yo necesitaba.
Mis días iban de mal en peor y no era producto de la cuarentena (lo era de manera indirecta), estaba cansada, cansada de dar todo y quedarme sin nada, de ser yo la se acomode a los demás, de resolver problemas que no son míos, de pelear las batallas de alguien que realmente no quiere ganar. Estaba cansada de romperme a mí misma para mantener a los demás completos, de ser tan poco egoísta. La verdad es que este encierro habría sido lo mejor de mi secundaria si las personas a mi alrededor vieran el mundo como yo, y estoy cansada de ocultar el daño que me han hecho para no lastimarlos cuando he llorado tantas veces y de rodillas le he pedido a Dios queme quite el corazón, que me permita rendirme, que me deje cerrar los ojos y no me despierte nunca más. ¿Saben qué me dijo? Que el problema es que yo había dejado de amar, estaba tan cansada que no me di cuenta de la indiferencia que había cultivado, solo necesitaba amar más, amar sin esperar nada a cambio, amar sin límites, sin miedo, amarme a mí, a Él, a mi familia, a mis amigos y sobre todo, a aquellas personas que tanto daño me hicieron. Solo tenía que amar más.
En mayo fue la XV de Ismeraí, al principio me sorprendí por haber sido invitada, no hablo mucho con ella pero su invitación me provocó un extraño sentimiento de felicidad y de aprecio, me sentía conmovida. Honestamente no me gusta salir mucho, principalmente por el tema de la ropa, mi madre quiere que me vista como las otras chicas con lindos vestidos, que me alise el pelo, sombra, pestañas rizadas, uñas pintadas, tacones altos, no hay nada de malo en eso pero siento que no es para mí. Estaba dispuesta a aceptar todo eso solo para ir a la fiesta de Ismerai, mostrarle mi gratitud y en silencio decirle que podía contar conmigo, que la ayudaría si lo necesitaba.
El lugar era muy bonito, con luces de colores cálidos que creaban el ambiente perfecto, cuando llegué no sabía qué hacer, tenía su regalo entre las manos y con la mirada buscaba algún rostro familiar y luego vino ella, con su vestido largo y pomposo, lo levantaba con torpeza para que no se ensuciara, se inclinó para abrazarme y por un momento pensé que si la abrazaba demasiado fuerte podría romperla. Después de eso fue realmente incómodo estar ahí, me sentía fuera de lugar, como un color pálido entre muchos tonos vibrantes, recordaba aquellas muchas personas que me decían lo importante que era, pero simplemente no lo demostraban. Y luego llegó Sofía, gritó mi nombre y corrió hacia mí para darme ese abrazo que tanto necesitaba, creo que no sabe lo feliz que me hizo ese lindo gesto suyo.
Al siguiente día fue el cumpleaños de Dante, estaba tan cansada físicamente por el día anterior pero en cuanto llegué al lugar me sentí en calma, el sonido del agua muda era lo que más me agradaba. Me alegro mucho de haber ido, de escuchar a Paulina y Victoria hablar de One Direction, de jugar billar y videojuegos, de ver a mis amigos jugar en el agua, y comer muchos dulces. Fue una experiencia refrescante después de la noche anterior, y creo que Ismerai, Victoria y Paulina la hicieron mucho mejor.
En los primeros días del mes de Junio tuvimos un evento en el colegio donde íbamos a ver una película en el campo, cada quien en su carro, pero yo me organicé con mis amigos para ir todos en la troca de mi padre y verla desde la caja, aunque realmente no fuimos a ver la película, solo era para juntarnos. Mi madre y yo fuimos a recoger a Diego, Martín, Emilio y Victoria a su casa y de ahí nos pasamos al Superette para comprar lo que consumiríamos durante la película, fue cuando me di cuenta que no tenía la pulsera que me había puesto esa mañana, seguramente se me había caído en el fraccionamiento de alguno de mis amigos, no le tomé importancia y solo me enfoqué en disfrutar el día. Llegamos más temprano porque los maestros debían estar ahí con anticipación, nosotros aprovechamos eso para hacer pases con el balón de football americano, tenía tiempo sin hacerlo y se sintió bien estirar un poco el cuerpo, desacomodarme los hombros e intentar alcanzar el balón que estaba muy por encima de mi cabeza. No llevábamos ni diez minutos en eso cuando de pronto ya estábamos sentados en las mesas blancas de la casita azul, como si nos llamaran a sentarnos y recordar lo que fue, lo que hicimos ahí, buscar las huellas que dejamos, las memorias que hicimos, era un lugar tan familiar y tan distinto, me sentía en casa. Hablamos con el profe Eddy, el de tochito, con el hermano Juan y su nieto, y luego vino Emiliano, que al principio no se quería quedar pero lo convencieron, llegó Arturo y posteriormente Kike. Éramos más de lo planeado, no cabíamos en la caja pero la pasamos bien, amontonados como podíamos, con las piernas encima de Diego y pegándole a Martín con los pies.
Cuando estaba por acabar la película me levanté del pequeño lugar en el que estaba sentada para subirme al techo de la troca, estaba fresco ahí arriba, el aire nocturno me relajaba, extrañaba un lugar que no recordaba, y estando ahí, bajo las estrellas, sentí como si lo hubiera encontrado, como si siempre hubiera sido así, como si me hubieran arrancado del negro cielo el día que nací. Con la espalda contra el techo y los ojos hacía el cielo pensaba en lo mucho que me gustaría quedarme así para siempre.
Me enderecé con un movimiento brusco para ver quién rayos quería desabrocharme los zapatos y me encontré con unos muy confundidos Diego y Emilio, preguntándose por qué uso las agujetas por adentro y es precisamente para evitar cosas como esa. Y luego vino Gretel, se paró del lado de Victoria y hablaron por unos segundos antes de decidir que lo mejor era ir a otro lado para platicar bien. Torpemente la sacó de la caja de la troca y después se unió Grecia, al parecer se llevaban muy bien, en todo el rato que llevábamos ahí no había visto a Victoria tan animada, parecía aburrida de estar con nosotros, me pregunto si de verdad disfruta nuestra compañía.
La película acabó y nos preparábamos para irnos, yo sujetaba al Señor Oso y veía cómo recogían las cosas, esperando a que estuviera todo listo para irnos y llevarlos a su casa. Me senté en el asiento entre el conductor y el copiloto, entre mi madre y Emiliano, y Martín, Diego, Emilio y Victoria se aplastaron en los asientos de atrás. Llevamos a Emiliano a su casa y luego nos dirigimos a la de los otros, que viven en el mismo fraccionamiento, primero Martín, Emilio en segundo lugar y por último Diego, quien me iba a ayudar a buscar mi pulsera que se me había caído, pero antes de bajarme decidí molestarlo con una apuesta rara que habíamos hecho, así que cobré el beso que me debía. Sinceramente no pensé que de verdad lo hiciera pero igual me dio mucha risa su reacción.
Después vino el cumpleaños de Arturo, una carne asada en su casa. La verdad no me gusta la carne pero de todos modos asistí, esperaba que nadie me hiciera comerla. Llegué un poco temprano, solo estaban Kike y Arturo jugando basketball, sus padres eran tan amables que sentía que estaba molestando. Tuve tiempo de ponerme bloqueador solar antes de que llegaran los demás. Era realmente extraño estar ahí, solo sentada, empezaban a llegar los demás invitados y yo solo los veía jugar, sin poder tocar la luz del sol. Cuando llegó Diego fue conmigo y me dio la pulsera que había perdido, me hizo sonreír el hecho de que no dejó de buscarla.
Era un tanto incómodo estar ahí, hasta que llegó Victoria, me sentí mejor con ella a mi lado, como si todo estuviera en su lugar y entonces pude estar tranquila. Me preocupaba un poco que el día anterior se había sentido mal pero cuando quiso ir al trampolín y la vi saltar como loca supe que estaba bien, aunque la notaba algo triste, pronto se cansó y mejor se recostó. Me gustaría poder hacer algo, pero no sé cómo hacerlo. Por alguna razón terminé hablando más con Dante y Diego pero de vez en cuando la miraba a ella para ver cómo seguía. Se veía apagada.
Los días pasaban lento, con largas horas de más, tiempo que invertía en cosas sin sentido, no tenía la energía para hacer las muchas cosas en mi lista, escuchaba música, tomaba lecciones de idiomas, hacía media tarea, el cuerpo me pesaba y levantarme era toda una hazaña, con alarmas que me recuerdan cuándo comer, cuándo tomar agua, cuándo dormir, cuándo despertar, cuándo tomar un descanso, cuándo estirar el cuerpo, cuándo hacer la tarea, seguir las instrucciones de cada alarma era reconfortante, como si mi yo del pasado estuviera preocupada por mí y tratara de cuidarme, aunque apenas le hacía caso. Y luego, entre las pastelosas canciones modernas, encontré lo que jamás pensé volver a ver, fue tan extraña su presencia que tenía que averiguar lo que me tenía que decir Ludovico Einaudi con su pieza 'Nuvole Bianche'. Así que me puse mis audífonos y me recosté en el estrecho sillón floreado de mi cuarto, escuché en silencio la cascada de emociones que derramaba mi sensible corazón ante tal combinación de notas, y por seis minutos, el mundo estuvo bien.
Desde el día aquel escuché, escuché con atención, con sensibilidad, con el corazón abierto, Tchaikovsky, Chopin, Mozart, Schubert, Vivaldi, Liszt, escuché sus composiciones de nombres extraños, encontré lo que estaba buscando, la serenidad de escuchar con el corazón y sentir la acústica del teatro en la piel, regresé al lugar que había abandonado hace mucho tiempo, volví a sentirme en mi hogar y no planeaba irme nunca más. Día y noche me acompañaba, entre las clases, cuando hacía tarea, cuando me despertaba anormalmente temprano, cuando no podía dormir, cuando quería llorar, cuando no sabía qué hacer con tanta felicidad, cuando el silencio me acechaba, era mi complemento, mi lugar feliz, era todo el apoyo que necesitaba para seguir adelante, la inspiración que tanto me faltaba.
Entonces decidí retomar el teclado, volver a practicar las escalas, entrenar las manos, empezar de cero, era algo que estaba determinada a hacer, volver a escuchar el sonido del piano que me pone somnolienta. Desafortunadamente no lo encontré, lo busqué varias veces pero no había ni rastro de él. De igual manera empecé con los estiramientos y ejercicios para fortalecer las manos, no iba a dejarlo así nada más, no iba a abandonarlo de nuevo. Esas ganas por mejorar mi ejecución en el teclado me impulsaron a terminar las cosas que dejé inconclusas, tal vez una tarea sin entregar, el trabajo que parecía muy laborioso, era simplemente mágico lo que escuchar música había hecho en mí.
Se acercaba la XV de Yamel, también me sorprendí por ser invitada, honestamente no creí que mis compañeras/amigas me invitarían a sus fiestas, pero era agradable ser tomada en cuenta, aunque fuera solo de relleno. Decidí llevar a alguien para no ir sola, y la respuesta a la pregunta ¿a quién debería invitar? era más que obvia.
Si la cuarentena me ha enseñado algo es que necesitamos ayuda, necesitamos apoyarnos en alguien, necesitamos razones para seguir adelante, necesitamos sentirnos amados y a veces no nos damos cuenta que lo que tanto queremos y necesitamos lo tenemos justo enfrente, esperando a que nos levantemos del rincón y vayamos por ello. Así que si me ves en la calle, en una tienda, en un salón, un jardín, en la cocina de tu casa, en la escuela, no dudes en correr hacia mí y darme un abrazo, un beso en la mejilla, dime lo feliz que estás de verme, te recibiré con los brazos abiertos, yo lo necesito y puede ser que tú también.